Democracia inmediata y país pendular

Democracia inmediata es un concepto que Isidoro Cheresky desarrolla en su artículo “La política después de los partidos” para definir una realidad en la cual los partidos políticos han dejado de ser el canal a través del cual se desarrolla la participación ciudadana para dar paso a una relación directa del ciudadano con el candidato. La globalización, el flujo de capitales y el fracaso de la posibilidad de un sistema alternativo al capitalista, han hecho que las diferencias entre espacios se hayan vuelto mucho más de agenda que ideológicas y por lo tanto los partidos políticos han dejado de ser, en gran medida, el paraguas bajo el cual se articula la vida política y hasta social de las personas. Incluso a pesar de la grieta, no son pocos los ciudadanos que son capaces de votar un intendente para su distrito y un gobernador para su provincia de signo partidario opuesto y poner ambas boletas en el mismo sobre. La ideología entonces ha quedado en segundo plano y han pasado a ser relevantes, diría yo más aún en los sistemas presidencialistas, cuestiones como el carisma, la solidez, o las señales de confianza que un candidato pueda llegar a transmitir, como así también sus prioridades.

Este análisis tiene varias aristas, pero voy a enumerar dos. Por un lado, se puede ver con claridad cómo esta realidad se presenta a través del fenómeno de los Outsiders, empresarios, activistas, referentes sociales de toda índole que no vienen de la política, pero que sin embargo necesitan conseguir un partido que lo eleve como candidato. El partido como mero instrumento de acceso al poder y no como centro donde se desarrolla la militancia, la ideología y toda la vida política de la población. Un claro ejemplo de ello es Donald Trump, pero también se puede ver en la Argentina un poco con Millei y quizá en parte con Mauricio Macri, aunque en su caso, la construcción de una estructura partidaria fue una iniciativa más prolongada en el tiempo.


Por otro lado, esta relación directa con el candidato supone en parte dejar a un costado los programas de largo plazo. El ciudadano espera la llegada de alguien que tenga claro lo que hay que hacer y supone que ha sido la falta de capacidad individual lo que ha impedido a  los anteriores arribar a los resultados deseados. No se desea en líneas generales escuchar cuán profundos y complejos son los problemas  y sus soluciones, por un lado porque existen reales urgencias cuya atención no se puede procrastinar, pero también porque el largo plazo genera una angustia con la que no siempre se está dispuesto a lidiar. En lugar de ello las promesas parecen ser un analgésico superador aunque quede para un futuro corroborar su cumplimiento.

Además, los políticos que ante todo están preocupados por su supervivencia se ven forzados a hacer dichas promesas para alimentar este círculo y consolidar así el proceso en el cual se basa la democracia inmediata, un tipo de relación entre gobernantes y gobernados en donde los programas quedan relegados por el carisma y la promesa y desde el cual no es redituable salir para los candidatos.


Pero entonces cabe preguntarse ¿Cuál es el margen de maniobra de la política? ¿O es que acaso los candidatos están destinados a prometer cosas que no pueden cumplir para permanecer en sus cargos?; ¿o es que acaso los ciudadanos que luego se enojan con sus políticos nunca serán capaces de asumir que los políticos emanan de la sociedad? 



Detrás de un político que promete pobreza cero, hay una ciudadanía que no le interesa demasiado saber cuán profundos son los problemas y la prueba de ello es que los respaldos de la población a un gobierno se tornan efímeros ante las dificultades. 


En un mundo globalizado el margen de acción de los gobiernos es cada vez menor, los estados siguen siendo actores fundamentales capaces de hacer transformaciones profundas, pero lejos de ser hegemónicos cada vez más comparten escenario con otro tipo de actores. Es por ello que la existencia de precios internacionales convenientes, potenciados por el respeto a la seguridad jurídica, la independencia de los poderes son factores esenciales, especialmente para  países periféricos como Argentina, que son menos capaces de imponer sus condiciones a otros y deben oportunamente saber aprovechar las circunstancias cuando son favorables.


Tener claros ciertos fundamentos para el desarrollo es condición necesaria, pero no suficiente para el crecimiento económico. Es decir, podría darse, por ejemplo, que se respetase la seguridad jurídica, se fomentase la baja de impuestos para la producción agrícola e industrial y aún así no se lograran los resultados esperados, porque los precios internacionales no colaboraran o por falta de respaldo político interno o incluso por errores en las políticas de gobierno.

Pero lo que sí es seguro es que no se va a lograr el progreso virando en un péndulo y quitando esos fundamentos cuando las cosas no van bien. Más aún cuando las potenciales inversiones de largo plazo nos observan desde afuera deseando ver la continuidad de un estado y no un subibaja de gobiernos extremadamente opuestos. 


Cheresky en su artículo finalmente y asumiendo que, esta nueva realidad donde los personalismos han relegado a las estructuras partidarias, es un hecho sin retorno, hace hincapié en una cuenta pendiente de las instituciones para que un eventual cambio en el sistema posibilite adaptarse a estas circunstancias.  A los fines de complementar la preocupación del autor yo quiero enfatizar una preocupación personal, cómo lograr en este contexto un ciudadano más comprometido, que sea capaz, aún a pesar de las dificultades, de hacer propia la famosa frase de John F. Kennedy: “ No te preguntes qué puede hacer tu país por tí, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”, para de esta manera generar un compromiso que sea capaz de sostener un rumbo y tener así un país menos pendular.


Gustavo Schaposnik.




Referencia Bibliográfica: 

Cheresky, I. (2007), La política después de los partidos. Prometeo Libros.





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