Eso que los argentinos llamamos patria

Recuerdo durante el mundial de Rusia 2018 estar volviendo de mi facultad, Willy Caballero ya había hecho ese intento de pase que terminó en gol de Croacia, Argentina perdía y complicaba su clasificación a octavos y yo decidí que ver los últimos minutos del partido ya no valía la pena. Entonces caminé por la Avenida Coronel Díaz, como lo hacía siempre que tomaba el subte.

¡Para esto esperé cuatro años! escuché decir a un vecino de Barrio Norte, que como tantos otros argentinos percibía que sus ilusiones se empezaban a desvanecer. Sin embargo, yo no pude estar más lejos de ese sentimiento. 


Tanto en 1986 como en 1990  ya había nacido, pero no era lo suficientemente grande para imprimir las vivencias de esos mundiales en mi mente, de manera que el primero que yo viví en vivo y en directo fue el de Estados Unidos 1994. En ese entonces tenía ocho años. Me acuerdo por ejemplo, del partido de Argentina contra Nigeria, el seleccionado africano se puso en ventaja y yo me puse a llorar, por fortuna después me tranquilicé con los dos goles de Caniggia.


No puedo juzgar con tanta severidad a un niño de ocho años, pero llorar por un resultado deportivo que no está a mi alcance modificar es algo que no hice nunca más en la adultez, ni siquiera en 2014 cuando Argentina perdió una final. Es más, me pareció excelente que Argentina haya podido jugar una final después de 24 años.


Si soy capaz de identificar estas situaciones es indisimulable a esta altura que me gusta el fútbol. Me gusta y lo veo sí, pero no me apasiona. Si no gana quién yo deseo que gane, simplemente pongo mi energía en otra cosa, preferentemente algo que dependa de mí y me recupero a los cinco minutos de haberme frustrado.


Lo que quiero decir es que, si Argentina gana o no el mundial este año, no es tan importante. Por lo único que realmente deseo que Argentina gane este año el mundial es para que Messi sea reconocido y valorado como se merece, pero al margen de esta cuestión de verdad pienso que no es tan importante. Y es que eso que los argentinos llamamos patria no es más que una banalidad, algo que nos une, pero nos hace creer que en un mundial estamos ante una instancia decisiva cuando en realidad no se juega ni nuestro bienestar como sociedad ni ninguna de las variables que nos van a hacer más prósperos. A excepción de un mundial, a los argentinos nos cuesta cada vez más encontrar una idea común de país que nos permita mirar más allá de la satisfacción inmediata pero efímera que puede dar un grito de gol.

Un ejemplo de lo complicada que está nuestra idea de patria es el recientemente anunciado relanzamiento de los billetes, que lejos está de ser un relanzamiento de la moneda. No es otra cosa que la narrativa de una nación contada desde el punto de vista de una facción. El regreso de Eva Perón sin considerar compensarla con la inclusión de algún referente de la otra mitad no peronista del país, como podría ser Alfonsín; el hecho de que Belgrano tenga que compartir su billete, porque claro, en un billete hay que poner cupo femenino, incluso si es a costa de restarle protagonismo al creador de la bandera. La deliberada eliminación de Roca que dice bastante, la llamativa ausencia de Sarmiento que dice mucho más. 

Tengo que decir que el reemplazo de próceres por animales tampoco me agradaba, sospecho que fue un intento de quitar aquellos referentes con los que no se estaba de acuerdo, haciendo el menor ruido posible. Pero lo cierto es que en nuestra idea de patria en pocas cosas estamos de acuerdo. Para cierta cultura política llegar al poder es una carta blanca para imponerse y barrer con todo, pero la esencia de la democracia es que todos estamos adentro, incluso los que pierden.

No, la vida no tiene que ser una espera pasiva entre mundial y mundial cruzando los dedos para que suceda algo que sólo sucedió dos veces en la historia. La vida puede ser nuestra familia, nuestros afectos, nuestra salud, nuestra educación, nuestra seguridad y estabilidad económica, pero sobre todo aquello que nos permita ser los dueños de nuestro destino y no estar pendientes de que nadie nos salve, ni los políticos, ni los futbolistas.

Al señor de la Avenida Coronel Díaz que sintió que perdió cuatro años esperando, le diría que se enfoque en todo aquello que depende de él y le reste importancia a los mundiales. Me gustaría que los argentinos colgaremos nuestras banderas más a menudo, no sólo cada cuatro años, sino por el orgullo de una sociedad que empecemos a construir. Un país de todos, y no uno donde hay que soportar al que está en el poder y nos quiere pasar por encima. Este 25 de Mayo colguemos nuestras banderas, pero cuando termine no esperemos al mundial, no esperemos cuatro años tampoco, dejémoslas todos los días, dejémoslas todo el año. 


Gustavo Schaposnik.










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